Que probablemente no saldría ayer por la noche para poder despertar temprano y estar al cien conociendo Colonia. Que aún no me acostumbro al horario y por ello sería una noche tranquila. ¿Eso dije, verdad?
Al salir del ciber café, al rededor de las 10 de la noche, me dirgí a mi habitación a fin de decidir qué hacer en adelante. "No seas abuelo", dijo Anacarla a través del Messenger cuando le comenté que no saldría esa noche. "No seas abuelo", sus palabras daban vueltas en mi cabeza y a cada paso me decía a mí mismo: Estoy en Buenos Aires, quizás valga la pena arreptentirme de hacer algo, más que de no haberlo hecho.
No sabía a dónde ir, ni a partir de qué hora podía hacerlo. Tanto Juan como la guía que mi primita Anacarla me prestó dijeron que en esta ciudad se visitan los boliches (la denominación porteña de antro) a partir de la una o dos de la madrugada (les recuerdo que eran las diez de la noche), pero había una posibilidad de resolver la duda. Llamar a Flor, la única porteña de quien tengo número teléfonico y que en el viernes por la noche dijo "No estarás solo, Erick. Llamá cuando quieras". La noche anterior había sido mortal y para ella, teniendo a Juan y a Jerry en Buenos Aires desde días atrás, no era la primera. Por ello y porque había tenido que ir a trabajar, dudaba que quisiera salir, pero sí podría darme alguna pista de hacia dónde dirigirme para beber una cerveza, escuchar un poco de música y mirar gente.
– Flor, soy Erick.
-Erick! ¿por qué no habías llamado? – dijo – Estoy en Puerto Madero con Jerry, cenando, y hemos reservado un asiento para vos. ¿Dónde estás?
– Estoy en mi hotel pero, espera, ¿estás con Jerry?, ¿No se fue a Bariloche? – agregué.
– No, perdió el primer vuelo y volvió a perder el segundo – ya te contaremos- pero ¿venís con nosotros?
– Sí, Flor, voy para allá. ¿Dónde están exactamente?
– Erick – una voz que definitivamente no era la de Flor sonó a través de la bocina – ¿dónde estabas cabrón? Te dejé mensaje en tu habitación de que me llamaras al Sheraton.
– Qué onda Jerry. Me imaginé que tenía mensaje porque una luz parpadeaba en el aparato telefónico, pero no supe cómo recuperar los mensajes.
– ¿Ya comiste, güey?
– Ya comí hace un rato, pero dime dónde están y los alcanzaré ahí.
– Estamos en Puerto Madero, en la calle Alicia Moreau de Justo 1050. El lugar se llama Tocororo.
– Vale, voy para allá.
Tocororo es un restaurante cubano en el que, de cada 10 canciones que tocan, 3 son de Gloria Estefan. Se encuentra en Puerto Madero que, como su nombre lo indica, se encuentra en las orillas del Río de la Plata. De día es bonito, de noche es majestuoso. Está lleno de tiendas y restaurantes con anuncios luminosos. De haber ido solo, la decisión más compleja hubiera sido qué lugar escoger. Todos se antojan de sobremanera.
Al llegar al lugar, busqué la mesa donde estaban mis nuevos amigos. Esperaba ver a dos, pero había una tercera persona de quien, no me lo tomen a mal, pero no recuerdo exactamente su nombre (Felicia, Florencia o algo parecido).
– Mesero, te encargo un vodka tonic, por favor – Dije. Sería el primero de la noche.
La plática obligada entre dos mexicanos y dos porteñas se dio entre risas y tragos. Cómo son las mujeres aquí y allá y, por supuesto, cómo somos los hombres. Qué nos gusta, qué no nos gusta; qué nos hace felices y qué no; cuál de nuestras relaciones en nuestro pasado nos hicieron felices y cuáles no y, por supuesto, por qué.
De ahí, con unos cuantos tragos más encima, del amor pasamos al tema "sexo", que ocupó nuestra atención durante algún tiempo. Qué queremos y qué buscamos a través de él; qué esperamos del otro cuando sucede; y qué momentos no cambiaríamos por nada.
– ¡Vamos a un lugar donde la música suene más fuerte! – dijo Felicia (digo, por ponerle un nombre).
Todos (y me incluyo como si de verdad hubiera tenido alguna idea) nos preguntábamos qué lugar sería el indicado para ir. Existen, al parecer, innumerables opciones pero, para Felicia, es importante que no toquen música electrónica, pues no la soporta por mucho tiempo. Sin embargo, ella tampoco sabía a dónde ir.
Minutos más tarde Jerry, con la experiencia que al parecer le ha dado el viajar demasiadas veces solo, conoció a un cubano que andaba en el mismo restaurante que nosotros. No sé si era empleado, dueño o visitante del lugar, ni cómo lo conoció; pero el caso es que gracias a eso la solución estaba lista. Iríamos con él y la mujer porteña que lo acompañaba, a un lugar de nombre "Oye chico". Para que tengan una idea clara, es como un "Mamarrumba" muy pequeño, donde los que mejor bailan, sin duda, son los propios cubanos que visitan el lugar. Da envidia.
A las cinco de la madrugada, el primer y único mojito que me bebí en el lugar, provocó un efecto devastador en mi cuerpo. Sabrán, lo que me conocen, que beber mucho no es lo mío y que difícilmente excedo mis límites. Pero debía evitar ser abuelo según las recomendaciones de mi prima. Mala, muy mala idea. Hubiera querido acompañar a Jerry en su vigilia anuciada para no perder nuevamente su vuelo, mismo que salía a las siete de la mañana de hoy; pero de haberlo hecho no sé cómo hubiera terminado la historia. Me sentía muy mal, extremadamente mareado y lo único que deseaba era llegar a mi hotel y refugiarme en el sueño. Le pedí al bar-tender que me hiciera favor de solicitar un taxi, quien, después de hacerlo, me informó que el mismo llegaría 10 minutos más tarde. Al contrario de mis pronósticos, Jerry y Flor decidieron irse conmigo, en el mismo taxi, para descansar un poco, supongo. A esa hora, yo ya no articulaba sino las palabras más básicas. Felicia se había ido con Pancho, un porteño con quien sale de hace un mes, aproximadamente una hora antes.
Más de uno pagaría por haberme visto en el trayecto hacia el hotel, se los juro. Pedísimo, casi completamente dormido en el asiento delantero. Con Flor y Jerry en el asiento de atrás, en el mismo estado. Al llegar al Sheraton, el taxista nos tuvo que despertar.
– Adios, Jerry. Adiós, Flor. A Suipacha y Juncal, Hotel Suipacha, por favor, señor – Dije al taxista esperando llegar cuando antes. Así fue, en dos minutos estaba en la puerta del hotel.
Eran las dos y media de la tarde cuando desperté. Se supone que yo debía haber estado en la terminal del Buquebús entre las 9 y las 10 de la mañana, para contratar un tour a Colonia y tomar el Buque a las 11:15. Lo bueno es que no había pagado los boletos aún. "No hay problema, puedo aprovechar para ir a San Telmo hoy y mañana a Uruguay", pensé, pero la cruda que hasta ahora existe en mí, con su típico dolor de cabeza, malestar estomacal y ganas de hacer nada, se ha apoderado de mi ser y pareciera que nunca más habrá de desaparecer. No sólo no tuve el ánimo de ir a San Telmo. Tampoco lo tuve para siquiera salir a comer. Pedí un sándwich al cuarto y una Coca Cola bien fría, y luego otra más. ¡¡¿Dónde están los tacos?!!!!. Hubiera dado lo que fuera, lo juro, por tener unos tacos de barbacoa en mi paladar, un consomé y veinte boings de guayaba.
No he hecho nada en el día más que ver la tele y al infinito alternadamente y, ahora, escribir esta historia.
Como datos adicionales les comento, en primer lugar, que no sé si Jerry volvió a perder el avión. Juraría que así fue, pero le he llamado un par de veces y no contesta en su habitación. En ese supuesto, sería normal que él no me llame, pues tiene la idea de que yo en estos momentos estoy en Colonia, Uruguay. Me pregunto cuánto tiempo habrá esperado Juan en el aeropuerto de Bariloche a Jerry, pues su celular ya no tenía pila y por las prisas olvidó el celular.
En segundo lugar, llamé a las oficinas de Buquebús para pedir informes de los paquetes turísticos existentes para visitar los lugares típicos en Colonia; y me dijeron que, debido a la temporada, los boletos están agotados hasta el Lunes próximo. Me pregunto qué hubiera pasado si hubiera decidido no salir la noche de ayer para irme hoy y que, al llegar a la terminal, me hubiera enterado que no podría irme por la falta de cupo en el Buque. O peor aún, que pese a mi cruda, me hubiera puesto las pilas y salido temprano, para después encontrarme con la trágica noticia de que mi esfuerzo había sido en vano. Así que, pues, en vista de que no podré ir a Colonia sino hasta los próximos días, mañana tal vez sí vaya a San Telmo que, dicen, es un barrio con caractéristicas al estilo Coyocán: bohemio, típico, colonial, cultural. Hoy he decidido ser un abuelo sin culpas y permanecer en el hotel viendo tele, rogando que el dolor de cabeza se vaya definitivamente. Quizás un buen baño en la tina ayude.
Tercero. Les comento que hoy encontré un comentario a mi relato del día de ayer de una mujer de nombre Mercedes Casal. El mensaje (todos podrán verlo) dice: "No te conozco, encontré tu dirección por casualidad, pero te digo que Buenos Aires es una ciudad bellísima y su gente es muy cálida. Argentina es un país bellísimo. Disfrútalo". En sus palabras no hay nada nuevo para mí. Comencé a saber desde que llegué lo que Argentina, Buenos Aires y su gente son; pero su mensaje fue una deliciosamente alentador y muestra, justamente, la calidez que ella promueve. Siempre he tenido la impresión de que eso de conocer gente a través de internet es para freaks, pero la próxima vez que salgamos a algún lugar, le enviaré un mail esperando que llegue. Digo, nada se pierde ¿no creen?.
Cuarto y último. Les debo las fotos del día de ayer porque se acabaron las pilas de la cámara y tuve que tomarlas con mi teléfono. Ya las verán cuando esté por allá. Para lo que sigue, ya están cargadas.
Estaré en contacto.